MÉTODO
ICONOLÓGICO:
Panofsky, uno de
los grandes estudiosos de la Historia del Arte , expone en su libro “Estudios
sobre Iconología “ su propia concepción del método, siendo uno de los escritos
al respecto más estudiados y revisados desde su publicación. Su afán es explicar
el por qué de las imágenes en un contexto determinado. Según él en la obra de arte
la forma no se puede separar de su contenido, teniendo un sentido que va más
allá y que comporta valores simbólicos. No sólo hay que estudiar la obra de
arte como algo estético sino como un hecho histórico. Para conseguir fructíferos
resultados en estas investigaciones el iconólogo debe ser un humanista con la
máxima amplitud de conocimientos y el máximo rigor en sus indagaciones.
Según Panofsky
el estudio de una obra seguiría tres pasos:
1.
Análisis
preiconográfico: Se analiza la obra dentro del campo estilístico ubicándola en
el periodo artístico que el tratamiento de sus formas indiquen.
2.
Análisis
iconográfico: Analiza los elementos que acompañan a la obra, sus diferentes atributos
o características, siguiendo los preceptos que este método impone.
3.
Análisis
iconológico: Analiza la obra en su contexto cultural intentando comprender su
significado en el tiempo en que se ejecutó.
Está claro que
la Iconología debe apoyarse en la Iconografía para poder identificar y
clasificar la imagen que se estudia, ver su origen y evolución en el tiempo.
Sin embargo, esta última puede constituir por sí sola un propio método.
Lo que se deja
de manifiesto es que en el estudio de la obra de arte se hace imprescindible la
aplicación de distintos métodos y análisis para que podamos comprender en su
totalidad lo que significó en su tiempo.
Uno
de los campos donde estos métodos son más utilizados es el del arte religioso.
Todas las religiones hacen de la imagen la forma más básica de adoctrinar y
aleccionar a todo individuo, independientemente de la clase social de la que
provenga. Es por ello que aplicaremos una imagen religiosa como ejemplo de este
estudio:
Santa Águeda o también
llamada Santa Ágata: La virgen Águeda nació en el año 230 d.c. y fue
miembro de una ilustre familia de Catania. Adornada de gran belleza y atractivo
fue muy devota y santa en el ejercicio de su fe. Un cónsul de Sicilia llamado
Quintiliano, de origen plebeyo, libidinoso, avaro e idólatra quiso conseguir
los favores de la doncella.
Primero mandó
llamarla para convencerla de sus proposiciones, pero ella muy firmemente le
rechazó. Para intentar doblegar su ánimo Quintiliano la encerró en un burdel
durante 30 días para que las rameras le corrompieran en su fe y en sus sentimientos.
Sin embargo, a pesar de los placeres que le prometían y las amenazas de tortura
no consiguieron hacerla cambiar de conducta.
Viendo el cónsul
que sus deseos no se cumplían, mandó llamar a la doncella a su presencia, pero
la joven no cedió en sus creencias. Quintiliano decidió encerrarla en un
calabozo. Él fue a verla al día siguiente y al no prestarle mucha atención la muchacha,
mandó a los verdugos que le sometieran al tormento del potro. Seguidamente
ordenó que lacerarán a la joven en uno de sus pechos y que luego se los
arrancaran lentamente. Dispuso que nadie acudiera a ayudarle ni a ofrecerle pan
ni cura. Esa misma noche se presentó en el calabozo San Pedro que la sanó completamente
recuperando también el pecho que le arrancaron.
Al ver
Quintiliano, días después, su extraña curación y al negarse ella de nuevo a renunciar
a su fe, mandó que la quemaran en una gran hoguera. En el momento de aplicarle
este tormento se produjo un terremoto y el pueblo se amotinó contra el cónsul
haciéndole culpable del temblor por su crueldad con Águeda. Por este motivo y
asustado mandó a la doncella de nuevo a prisión. Allí pidió la muchacha
descansar en el seno de Dios y expiró.
Este tipo de
historias de doncellas ardorosas en su fe en Dios, que fueron torturadas y
humilladas para corromperlas, han sido muy abundantes en la literatura
religiosa. Casi todas llevan como signo identificador el objeto con el que
fueron torturadas. Estaríamos hablando de lo que se denomina atributo personal
de la mártir, en este caso.
La tradición ha
adjudicado a la mártir Águeda los siguientes atributos: La palma en su diestra
y la corona real o de flores como los mártires ilustres. Le corresponde la
túnica talar, ceñida, de las damas romanas, con la cabeza descubierta como las
doncellas. Su atributo más personal es un plato, bandeja de plata, fuente o
frutero con los pechos cortados, que fue su tormento más singular. También se
le ha representado con unas tenazas o unas tijeras en la mano, instrumentos con
los que la torturaron.
Ocasionalmente
con un ascua encendida, tormento también soportado por ella. En el centro de
Europa, donde tiene bastante culto, se la ha representado sobre las llamas, con
un tronco de árbol entre las manos, o en menor medida con un frasco de perfumes.
A veces va acompañada de tres criadas suyas, Digna, Eunomia y Eutropia, también
mártires.
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